Tal vez en La Habana

¿Qué habrá motivado al poeta Ignacio Rodríguez Galván a morir en La Habana? ¿Serían sus constantes versos en contra del régimen mexicano? ¿Lo habrá arrastrado la excitación por una mujer? ¿O simplemente lo atajó el exilio, como ya era una costumbre entre los grupos liberales? Sus biógrafos aseguran que la fiebre amarilla lo mató apenas desembarcaba; pero, ahora que yo mismo deposito uno de mis pies al centro de la capital cubana, mientras el otro sigue plantado en este terruño preapocalíptico llamado Tizayuca, me doy cuenta que pudieron haber sido cualesquiera.




El aire habanero pinta el cielo con colores tan profundos, que al verlos es difícil escapar. Sólo otros amores nos hacen abandonar este paraíso al pie de las Antillas y regresar al asfalto, donde más de tres veces quedó embarrado el corazón. ¿Tiene caso hacerlo? ¿Abdicar? ¿Dejar el mar yregresar al valle marchito? Quizá Rodríguez Galván, en su lecho de muerte, con el cuerpo destrozado por la fiebre de la colonia española, a pocos años de que el héroe José Martí independizara la isla, pensara por última vez en las calles empedradas y polvosas de su Tizayuca, vuelta entonces una mínima ración del Valle de México, parte de todo y de nada a la vez. O, tal vez al contemplar el mar cristalino que rodea al malecón y los fuertes habaneros, no volvió a pensar más en los pirules, los magueyes, los cerros cubiertos de vaina y las tórtolas cantando alrededor de esta tierra. Aunque, sólo quizá, fue esa nostalgia la que lo abandonó ante la muerte.

Pienso que, a diferencia del poeta, yo no he de morir en La Habana. Como mi abuela, creo que he de ser arrastrado con los pies de frente de la casa de mi infancia cuando cumpla los cien años de edad, en este disímbolo, suburbano y caótico Nuevo Tizayuca. Entonces, es posible que añore los tejados y éste balcón a la vera del Centro Habana que me inunda con sus pequeñas puertas blancas de madera, mientras observo a los maniceros cargando sus cucuruchos con una mano y con la otra el Granma de hoy, viniendo como estelas desde la calle Obispo. Llevaría en el alma todos mis recuerdos y sentiría sobre ella la última brisa del cielo abierto que tantas veces quemó mi frente cuando de niño jugaba fútbol. Entonces podré cantar como el poeta: “Pienso que en tu recinto / hay quien por mí suspire, / quien al oriente mire / buscando a su amador. / Mi pecho hondos gemidos / a la brisa confía. / Adiós, oh patria mía, / adiós, tierra de amor.”, donde mi Patria, entonces, sea Cuba.

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