Desesperación, pesimismo y otros buenos deseos para el 2016

El fin del mundo como lo conocemos. IMAGEN: thomaschristianson.com
La desesperación es una manifestación tácita de lo grotesco, enseñó el prócer del nihilismo, Emile Ciorán. Avasallados los humanos bajo el fuego del apocalipsis que no llega, se ha de creer en la sabiduría del rumano cuando el terror estalle en los rostros de cada cual. Luego entonces, pasando por la ebriedad de las emociones descompuestas, los pies pretenderán caminar hacia tierras menos pedestres.

El problema, acaso, es encontrar una tierra así. Si el suelo que hoy se pisa se desmorona o se inunda de sangre de inocentes y culpables ¿quién asegura que el próximo paso caerá sobre un territorio fértil, oceánico y transitable? Nadie. Las emociones están condenadas donde quieran que se paren. Ya en otro planeta o en la nación prometida, siempre la tragedia encontrará una rendija en el corazón para alojarse.


Cioran, pues, tenía razón al llamar por la detonación del mundo y sus leyes si es que no hay salvación para la humanidad. En el norte del continente los cerros caen a balazos, en el sur es la naturaleza misma la que muere. En el báltico ruedan cabezas de chinos, en Iberia cunde el falangismo, en África la condena y en Mongolia la fiebre. ¿Es acaso el mundo una trampa sobre otra trampa? ¿Es el mundo la guillotina de la paz?

Cioran
Recorriendo palmo a palmo las paredes planetarias, la sombra del destierro los persigue. Es una familia descarnada, alejándose. Una y otra, se encuentran y hacen más. Los países se van formando de extraños, agazapados, sonrientes con armas en mano. Crece el miedo. Una historia común en los diarios, en los blogs de reporteros sibaritas del tercer mundo. Caen en las banquetas los niños y los hospitales se llenan de madres y padres clementes. Colapsan las fábricas, el dinero se traga los trabajos, come carne enferma y no hay lugar seguro ¿Es acaso esto el mundo? La guerra.

Los refugiados entonces se vuelven, no una condición, sino un destino político común. La razón: un futuro sin crueldad. Esperanzas en una tierra que no conocen y que, no obstante, podría abofetearlas con más violencia aún y enviarlas de regreso a la tumba de sus muertos. Entonces llega lo grotesco de la desesperación. Los rostros descompuestos, reflejo de las naciones. La savia del mundo que alimenta a hombres, mujeres y al mundo, que yace abatido ante las ágoras personales de Ciorán, sin escapatoria.

Quisiera ser más optimista para este 2016 y decir que la Guerra se acabará. Que la crisis dara de sí y que al fin alcanzaremos el gran acuerdo planetario que salvará al mundo del colapso. Pero me temo que no es así. Tú lo sabes. La contradicción insalvable entre la avaricia de unos cuantos y la fuerza de trabajo de la mayoría seguirá produciendo desigualdad, misería, injusticia, polución…

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¿Tenemos esperanza? Es posible. ¿Cual? No lo sé de cierto. Ya no doy consejos, por lo que no soltaré aquí una sarta de moralidades que, de todos modos, nadie tomará en serio. Pero sí me quedaré con un poema de Bukowski: que sirva de estímulo:

“El viento sopla fuerte esta noche / Y es viento frío / Y pienso en los chicos de la calle / Espero que algunos tengan una botella de tinto. / Cuando estás en la calle / Es cuando te das cuenta de que todo tiene dueño / Y de que hay cerrojos en todo.”

Pienso, pues, que si hay esperanza, la habrá en la capacidad que tengamos de ponernos en los zapatos de los otros antes de condenar a muerte a cualquiera. Eso y de dejar de creer la primera mentira que leemos en los medios. A ver cómo nos va.

Feliz año a ti que me lees.

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